RECUERDOS DE NAVIDADES FLORIDANAS
Marely
Ararat Escobar. Miembro Honoraria CEHMAV
Cierro mis ojos
para volver a mirar este paisaje de añoranzas decembrinas que les quiero
contar. Viajo al Florida de mediados de los sesentas, a jugar en la “calle real”,
a cuadra y media del parque principal, rodeada de los vecinos de infancia. Son
las siete de la noche. No hay carros ni motos qué esquivar. Algunas familias
están sentadas en la puerta disfrutando del viento fresco, mientras los
muchachos jugamos a “La lleva”, “Policías y ladrones”, un “Picao” o saltamos
lazo; luego para descansar hablamos del último capítulo de Kalimán el hombre
increíble o de Arandú el príncipe de la selva. Los más grandes escuchan a esa
hora “La ley contra el hampa”.
Alguien pregunta:
-¿Qué le están pidiendo al niño Dios?- Recuerdo el brillar de los ojos infantiles
ensoñados por el deseo de ese regalo que llegaba cada diciembre traído por ese
fantástico Niño y empieza el enunciado de cada uno de los pedidos:
Una dice: _Yo una
muñeca caminadora. Otro comenta: _Yo un balón de fútbol.
Otro más seguro: _Yo
una bicicleta. Como gané el año con buenas notas…
_Yo un carro de
policía de pilas.
_Una lotería.
– Una vajilla y un juego de ollitas.
_Yo nada porque mi mamá dice que este año me he portado
muy mal y que no pierda tiempo pidiendo regalo al niño Dios.
Hum! - A que no adivinan
quien es el niño Dios!
_ ¡ Ahhhh… Pues
quién no va a saber eso! Pues el papá o la mamá! _Yo descubrí a mi papá el año
pasado metiendo el regalo debajo de la almohada de mi hermanito. Jajajaja.
_ Siii… Yo también
vi a mi abuela cuando metía mi regalo debajo de la almohada. Me hice la
dormida. Pero sí. Tenés razón, son los papás o las mamás el Niño Dios.
_ ¿Juguemos
aguinaldos no les parece?
_Siiii. Pero yo no
juego con James porque él no paga los aguinaldos, el año pasado le gané como
tres y no me los pagó.
_ Bueno pero esta
vez es en serio. _Todos pagamos. _ ¿Y qué apostamos?
_ Pues un bombón de
coco o una chocolatina.
_O un pandero o un
“borrachito”.
_ Mejor un
“gaucho”.
_Listo! ¿A qué
jugamos?
_ ¡Al tres pies o
al hablar y no contestar!
_Noo, mejor al sí y
al no. _ Nooo ese no me gusta. Mejor juguemos estatua.
_Mañana es el día
de las velitas.
_Donde don Horacio
ya llegaron los “diablitos” y las velas romanas.
_ Uy no. A mí no me
dejan jugar con pólvora. Mi abuela dice que es pecao quemar la plata.
El grito de una
mamá acaba con la tertulia: _ ¡A dormir! Ya no más jugarreta. Son casi las
nueve de la noche; cada uno va desfilando para su casa, sudorosos, felices y soñando
con el encuentro siguiente del día de velitas.
Es la mañana del siete
de diciembre; en el alto parlante de la iglesia suenan los villancicos anunciando
que la navidad está cerca. No hay tanto ruido y los que vivimos cerca al parque
principal podemos disfrutar de la música que coloca el padre Mariano Figueroa
antes de la misa y la novena. Esa noche, muchos haremos bolas con la parafina recolectada
de las lágrimas de las velas de colores surtidos que alumbraran el camino de la
virgen María esa noche.
Puedo ver los
primeros disfraces de los diablos rojos, verdes, blancos, negros y azules, azotando
sus látigos contra el piso, pidiendo monedas y correteando los grupos de
muchachos que salen por cada barrio o calle que transitan. El sonido del perrero
sobre el suelo es motivo de terror para unos y diversión para otros.
Ese día temprano o
el anterior muchas familias elaboraron el pesebre y el arbolito navideño. Cada
año es un gran reto a la creatividad y buen gusto, innovar con alguna montaña,
pasadizo, muñeco o casa. En el árbol navideño las bolas de fino y frágil
cristal, brillan. La chamiza tomada de un árbol del solar, está recubierta con
algodón y unas tiras de papel metalizado finamente picado semejando gusanos de brillantes
colores. El pesebre recubierto con musgo y melena, está adornado con pequeñas casas
elaboradas por los niños en cartulina y pintadas con lápices de color. Lo pueblan
figuras que van desde ovejas de diferente tamaño, hasta osos, soldados e indios
de colores ganados en alguna “piñata”; tampoco faltan carros, camellos, gallinas
y patos que nadan sobre el papel de aluminio rescatado de las envolturas de los
cigarrillos Piel roja.
Cerca del
veinticuatro de diciembre, en el Teatro Florida, don Gerardo Guerrero organiza el
famoso festival navideño. Ahora pienso en la buena construcción de esta
edificación. En esta época, está atestado de gente en los dos pisos. Los más
grandecitos fueron solos a la matinée del domingo. Venciendo muchas peripecias lograron
comprar la boleta de entrada, conseguir puesto, ver la película, ir al baño
(uno para doscientas personas) y salir del teatro. Han soportado el calor
infernal y los olores que se levantan de zapatos y axilas. Más que la película,
los ojos de los asistentes están puestos en la bicicleta que este año es el
premio mayor. Al lado se encuentran cajas de regalos envueltas en papeles de
colores navideños, guardando balones, muñecas, vajillas, loterías, juegos de
parqués y dominó y demás juguetería que van a ser rifados. Nunca gané nada,
pero disfruté la adrenalina de la espera y la esperanza que “de pronto este año
si gano algo”.
En los siguientes
días, las pailas de cobre son brilladas y junto con la cagüinga, las manos
diestras de madres y abuelas prepararan deliciosos manjares. El dulce de manjar
blanco y desamargado; las hojaldras, el vino cherrynol o Martini y las galletas
navideñas, ruedan intercambiando sabores y texturas de casa en casa,
mezclándose con los olores de los sahumerios que alejan los malos espíritus y
la mala suerte. Las gallinas del patio cuidadas con esmero durante todo un año
pasan a ser el deleite del sancocho del veinticinco.
Veinticinco de
diciembre. Antes de salir de la cama los niños miran bajo la almohada y
destapan el regalo. Una vez más el Niño Dios no cumplió su pedido, pero tenía
regalo. Casi a medio desayunar, se asoman a la puerta a ver desde el andén a los
amigos vecinos arrastrando un carro, cargando una muñeca o jugando con una
vajilla. La escena agita el corazón de alegría ya que anuncia momentos para
compartir y disfrutar de los regalos de todos. Pero antes, hay que ir a tomar el
chocolate caliente con los buñuelos y las hojaldras, acompañados de la música
navideña que suena en la radio.
“Oh luna que brilla
en diciembre
Se oye el rumor de
un cañonazo…”